Rafael Antonio Román Rodríguez
Abogado y catedrático de la UASD.-
El recién proceso electoral celebrado este domingo 6 de octubre presentado como uno de los más avanzado en materia electoral, tecnificado, ágil, rápido y efectivo al parecer no logró despojarse en su implementación de esa viejas prácticas anti-democráticas y perversas que han sido utilizadas en los procesos anteriores.
La más socorrida, la compra de cédulas y con ello la compra de conciencias, todo sobre la base de mantener por parte de los que detentar el poder político y económico, en la mayoría de los ciudadanos, un estado de extrema miseria no sólo material sino también espiritual.
Poca importancia se concede a desarrollar una campaña amplia de educación en los votantes. Educar en total libertad al votante para que este pueda ejercer de manera libre, abierta y democrática el derecho al voto.
De todos los procesos y sistemas electorales incorporados, en ninguno se ha invertido por parte de los actores del sistema, el tiempo necesario para que el votante ejerza ese derecho con conciencia clara de lo que realmente quiere.
Todos los dirigentes políticos y personas de la sociedad con aspiraciones políticas, sólo se preocupan por que sus caras no sean olvidadas, al menos hasta el día de las elecciones, luego caen en una extrema amnesia.
La miseria se provoca, se estimula, se construye sobre la base de mantener a un pueblo en la ignorancia, sin salud y sin educación de calidad y luego se compra el voto a los precios más denigrantes e humillantes que ojos humanos puedan observar y soportar.
Lo más lamentable es que las instituciones llamadas a mantener la credibilidad y el respecto por el sistema democrático y político del Estado, los partidos políticos, son los primeros en hacer uso de estas nefastas prácticas en todos los escenarios donde se arbitra un proceso en el que se deben escogen a los más calificados e idóneos para la función de que se trata.
Todos, partidos políticos, dirigentes políticos, funcionarios e instituciones varias, propugnan por nuevas reglas, pero ningunos esta dispuestos a respetarlas y abandonar las mañas tradicionales.
Un orden democrático se organiza cuando sus hombres y mujeres se plantean como meta construir un verdadero estado de derecho, un espacio de derecho y obligaciones sobre la base del respecto, la seriedad, la solidaridad, honestidad, pulcritud y transparencia en el que las futuras generaciones puedan asentarse.
Un país no puede manejarse sin reglas claras, sin que sus ciudadanos respeten dichas reglas. Las leyes han sido establecidas para organizar la vida de los que viven en sociedad, y deben ser respectadas y aceptadas como la muerte, igual para todos y sin distinción.
La democracia dominicana luce en estos momentos como un paciente con sus principales órganos muy dañados: una justicia en la que no se confía, sin credibilidad, un Poder Legislativo cuya función se limita a responder a los intereses del Poder Ejecutivo o al partido al cual pertenecen, dejando de lado en ocasiones, los intereses más legítimo del pueblo dominicano, un Poder Ejecutivo en el que varios de sus ministros se le sindica en los más sonados y vergonzosos casos de corrupción y una Junta Central Electoral que en cada proceso sale ampliamente cuestionada.
Quiero hacer un llamado a todos aquellos que han decidido formar parte de un partido político o realizar una función pública obtenida a través de estos últimos, este país está cansado de que sus funcionarios públicos le den un flaco servicio. Descubran su verdadera identidad, pero sobre todo su vocación de servicio. Sería la mejor forma de ser honesto consigo mismo y con la población dominicana, créanme que el país se lo agradecerá.