Doctor Eduardo Gautreau de Windt
Defender la soberanía es una de las primeras obligaciones de un mandatario. En los últimos tiempos los dominicanos comprobamos, casi con estupor, como los últimos presidentes y altos funcionarios de los sucesivos gobiernos no ejercían a cabalidad estas funciones, y en algunas ocasiones, incluso, parecían estar al servicio de otros intereses ajenos a los nuestros. Los últimos tres presidentes, Leonel Fernández Hipólito Mejía y Danilo Medina, fueron pusilánimes en defender la soberanía de la nación.
Uno de los mayores problemas que amenaza la existencia de la República Dominicana es la relación desigual con el pueblo haitiano, el cual carece de un gobierno e instituciones que puedan controlar y encauzar su agobiante situación, la cual se desborda y afecta a buena parte del concierto de naciones que la circundan, en particular a la nuestra.
Recientemente algunas naciones hermanas han reconocido los esfuerzos que hemos hecho por ayudar a Haití, pero este es una carga onerosa para nuestro estado y para nuestro pueblo, en lo económico, social, de salubridad y educativo, al punto de afectar nuestra estabilidad y supervivencia como nación. ¡Y ya está bueno! Ya está bueno de cargar con ellos, y de que en su miserable condición nos culpen a nosotros de su situación y destino, cuando, al contrario, hemos sido siempre víctima. Esa es la gran falacia.
Los pueblos se labran ellos mismos su destino. Y, específicamente, en el caso de Haití esta es una verdad como un templo. Tuvo riqueza y poder para no ser lo que ha sido, luego. Y cuando fue lo mejor que fue: pretendió ser imperio y avasallarnos. La única nación de América que hizo eso. Para el colmo, ellos han sido víctimas de su propia historia: no desarrollaron clases sociales y estamentos institucionales, como las demás naciones del mundo. Derramaron su propia sangre y se vienen devorado así mismos, a través de toda su historia. Nadie tiene la culpa de su desgracia. Y así como fracasan, una y otra vez, haciéndose las víctimas, arrastran a los demás en su caída.
Hay razones demás: históricas, sociológicas, económicas, culturales, tribiales, ancestrales, etcétera, que explican eso… Ya está bueno de justificar el fracaso de Haití por causas unilaterales. Todos los otros países han sido invadidos, sojuzgados, y muchos fueron saqueados… Ellos no fueron los únicos. Paradójicamente, fueron los primeros en liberarse y eran ejemplo para el mundo… Pero, no supieron superar su visión de tribu, no se cohesionaron como una Nación. Sus propios líderes los explotan y los esclavizan, los venden al mejor postor. No tienen conciencia de hermanos entre ellos mismos. Todo el que progresa se va, no invierte, no educa ni ayuda a su gente… Pretenden que los otros hagan por ellos lo que no hacen ellos por su propio pueblo.
La República Dominicana tiene todo el derecho, como lo han reconocido intelectuales y políticos criollos y extranjeros, de defender su supervivencia y su buen funcionamiento como nación; esto lo hace en ejercicio de su soberanía. De aquí que, los dominicanos de buena voluntad, lo que tememos por el futuro de la patria, aprobamos las últimas acciones del presidente constitucional Luis Abinader Corona y le damos nuestro completo respaldo. Además seguiremos vigilantes por las presiones de diversas índoles que puedan intentar torcerle el pulso.
No es un secreto que hay un anhelo de desdibujar la frontera, aumentando la carga sobre el erario y las espaldas del pueblo dominicano, en pro de ayudar entre comillas al pueblo haitiano. Y en estos afanes hay dominicanos y extranjeros, instituciones diversas, gobiernos y organismos internacionales. Toda una camarilla compuesta en nuestra contra. .
Internacionalmente, hay un avieso movimiento de borrar las fronteras, promoviendo una “integración” total entre ambos pueblos; algo contraproducente cuando se lucha por el reconocimiento de las minorías y el respeto de las diferencias; por ejemplo: la sobrevivencia de las tribus originarias que quedan en América y en África, sobreguardando sus costumbres, sus lenguas, sus religiones y su determinismo socio político. Es incongruente pretender que la República Dominicana borré su frontera con Haití, cayendo nuevamente en sus garras; es un proyecto desquiciado y peligroso entre dos pueblos con lenguas, religiones, culturas e historias completamente diferentes y desiguales, por demás, contrapuestas y encontradas. El desconocer la historia o el tratar de negarla es uno de los mayores errores de cualquier nación. Sus consecuencias serían desvastadoras, desatando un conflicto mayúsculo para la región, cuyo precio a pagar podría ser extremadamente doloroso.
Los nacionalismos ahora son tachados de desfasados, pero recordando la historia de América Latina completa, sabemos que las integraciones jamás han perdurado: ni la de las cinco grandes naciones suramericanas libertados por Bolívar, ni la de las dos naciones liberadas por San Martín, ni la de las naciones centroamericanas que llevaron a cabo un intento de forjar una nación única, pero que supieron respetar los designios particulares de los pueblos cuando quisieron apartarse de esa república única y forjar sus estados como hoy los conocemos. También recordamos la historia de México respetando el determinismo de Guatemala… ¿Por qué, entonces, el pueblo haitiano todavía insiste en que la Isla es única e indivisible? El nacionalismo es nuestra mejor arma para ser respetados y preservarnos bajo un nombre, una bandera, una historia y una tradición.
Hemos sido una nación vilipendiada y atacada de diferentes maneras a través de la historia por Haití, otrora República, y pretendido imperio. Jamás los ejércitos criollos han cruzado la frontera. Si antes eran con sus ejércitos, ahora, multitudes desarmadas de haitianos amenazan de nuevo la existencia de la República Dominicana como nación. Es menester que todo el que tenga dos dedos de frente reconozca la amenaza que representa Haití, por su condición de caos y miseria. Y dicha situación no es culpa nuestra y tampoco de las demás naciones del Caribe, po lo que no tenemos que pagar los platos rotos. Pendejos fuéramos si no nos defendiéramos de estos aviesos planes para con nosotros.
Sea por presiones internacionales, sea por intereses de sectores económicos al interior de nuestro país, sea por los nexos desarrollados entre las élites de ambas naciones o por cualquier razones que desconozco no hay justificación para seguir teniendo la tibia posición diplomática, ante la situación. Hay que actuar política y socialmente para detener lo que vemos que está sucediendo…sino actuamos ahora, unidos como pueblo, vamos a llorar lágrimas de sangre por no haber defendido como valientes nuestra nación.
Nuestro presidente está cumpliendo con un mandato constitucional, lo que no hicieron los anteriores gobernantes. Aplaudamos las acciones del presidente respaldémoslo y actuemos en consecuencia desde nuestro territorio, con todas las leyes y disposiciones constitucionales que tenemos sin temor a Haití ni a la comunidad internacional ni a nadie, somos un pueblo de valientes, que estamos luchando por nuestra supervivencia como nación; lo hemos demostrado en diferentes situaciones: frente al imperio norteamericano, en dos ocasiones, contra España, Francia e Inglaterra también. A ellos, los humillamos por medio de las armas, siendo entonces una potencia militar del Caribe… ¿por qué ahora arrodillarnos frente a un pueblo que intenta de todas maneras robarnos nuestro territorio, nuestro bienestar y nuestra historia? Quien no lo crea así que se revise; nunca como ahora en los últimos cincuenta años hemos estado más amenazados, y peor aún por un pueblo sin armas, sin organización y sin cohesión alguna, que esgrime contra nosotros sus peores miserias.