Siempre me llamó la atención aquella aseveración de mi madre, quien me decía cuando intentaba justificar mis acciones o cuando alardeaba de ser el mejor, el más ordenado, serio, responsable y coherente, “NO JUZGUES Y NO SERÀS JUZGADO”.
Dicha expresión generaba en mi como joven inquieto, una gran confusión, me esforzaba en cumplir con lo que parecía ser el modelo a seguir, con el que nuestros padres y sus generaciones anteriores se formaron, sin embargo, esto no me calificaba para JUZGAR el comportamiento contrario, exhibido por otros.
Normas y valores morales que describen la conducta que se debe asumir en una sociedad organizada. Donde esté garantizada una vida tranquila y en armonía para las personas que la habiten, es un referente importante que todos debemos asumir como nuestros.
Crecí y mientras esto ocurría latente en mí permanecía la siguiente interrogante: ¿Quién debe garantizar que se cumpla con estos valores? Mi respuesta inmediata estaba dirigida a mis padres, única respuesta, los padres que ejercen autoridad sobre sus hijos.
La expresión de mamá JUANA, “NO JUZGUE Y NO SERÀS JUZGADO”, resurge como un consejo sano, lleno de sabiduría, que nos invita a revisarnos en nuestro interior. Que nos veamos como seres humanos llenos de virtudes, pero también de innúmeras debilidades humanas, simple mortales capaces de cometer errores. Seres imperfectos.
Cómo puedes criticar la paja que tiene tu hermano en su ojo y no ver la viga que tienes en el tuyo. Una de nuestras grandes debilidades es justamente no reconocer nuestros errores ni pedir perdón. Lo que tú haces bien o mal, está justificado, lo que hacen otras personas sencillamente no lo está, sin importar las circunstancias que hayan determinado tal o cual comportamiento en ellos.
Sería más fácil permitir que sean otros los que juzguen nuestro comportamiento, ello nos liberaría de llevar sobre nuestros hombros la pesada carga de haberlo juzgado bien o mal.
“Siempre debes pedir perdón en todo momento”, bien sea que tengas la razón o que no la tengas, te hace más humilde y con mayor valor humano, es otra de las expresiones que nuestra madre nos susurraba al oído y que ha constituido para nosotros ley de vida.
Si tienes la razón, ésta al final se impondrá, sino la tienes; al pedir perdón reconocerás la falta que has cometido, y aunque esto no repone el daño, elimina la intención malsana de cometerlo.
“Nadie es merecido, sino se hace merecer, hasta perdiendo se gana, no hay mal que por bien no venga, en la vida todo perecerá y todo obra para bien”, estas son sólo algunas expresiones que te ayudaran a vivir en armonía y con una profunda paz interior. No lo olvides.
Profesor: Rafael Ant. Román R., abogado y catedrático de la Universidad Autónoma de Santo Domingo.